Por Freya Hoppe y Bethan Kent
Parecen hacer siglos desde que el último ídolo del pop español, Enrique Iglesias, sonaba en nuestras radios. Sin embargo, en años recientes, ha llegado una nueva estrella que ha probado que la fascinación que tiene el mundo con la música hispánica no ha disminuido: La Rosalía. Hace dos años, estrenó su segundo álbum, El mal querer, una fusión del flamenco con el pop y el reguetón, que se alabó críticamente.
Su camino a la fama me ha hecho reflejar sobre mis propias experiencias del flamenco en Sevilla, donde estaba viviendo justo el año pasado. No se puede negar que el flamenco es una parte imprescindible de la cultura andaluz, sin embargo, muchas veces, el flamenco tradicional se desplaza de una forma que atiende a los turistas. Los aficionados del flamenco están preocupados por la apropiación de la cultura gitana, y no hay duda de que esta polémica también ha perseguido a Rosalía.
Sólo hace falta hacer una búsqueda en Twitter para ver la controversia que rodea a este artista de origen catalán. La gente parece muy dividida en su opinión de la cultura gitana de la que se le acusa de apropiarse. Según unos usuarios, el problema tiene que ver con sus orígenes, lo que constituye una gran parte del debate, porque ella no es de Andalucía, la región asociada con el género de flamenco.
Rosalía; Photo Credit: Arale Reartes
No sólo son los aficionados que han criticado a Rosalía en las redes sociales, sino también los expertos quienes han problematizado lo que llaman la “falta de empatía” que muestra hacia la comunidad gitana, según José Heredia, un sociólogo. Como explica María José Llergo, cantante andaluza de flamenco, en una entrevista con El País, para muchos defensores del flamenco: “no es una estética … es una vida”. Parece que lo que oponen los críticos de Rosalía es su uso de ciertos elementos de la cultura andaluza, sin haber soportado la carga opresiva que han sufrido los creadores del flamenco. Un ejemplo destacado aparece en su canción más famosa, Malamente. Heredia saca a la luz su uso de “un deber”, una expresión que apareció originalmente dentro de las comunidades gitanas y que significa “adiós”, y nota que la gente gitana ha sido “perseguida durante quinientos de años de la misma manera que ella utiliza [sus] signos identitarios”.
Además, su uso de lengua sigue provocando tensiones en otras comunidades, como la gente catalana, quien le ha criticado por mezclar el catalán con palabras derivadas de español, como “botella” y “cumpleanys”, en lugar de “ampolles” o “aniversari” en su pegadiza tonadilla Milionària. La conmoción que inició se hizo obvio cuando Quim Torra, el presidente del movimiento separatista catalán en 2018 se negó a felicitarla después de su éxito en los Grammys Latinos. Sin embargo, otros razonan que su difusión de idiomas minoritarios o históricamente oprimidos contribuye a un mundo más multicultural y variada. Parece que esto es lo que también opina la cantante, cuando respondió: “el flamenco no es propiedad de los gitanos”.
No obstante, la polémica lingüística que Rosalía ha provocado nos hace pensar en dos temas significativos: la línea delgada entre la apreciación y la apropiación; y el papel importante y a veces divisorio que juegan los idiomas en la formación de identidades regionales. No quiero que simplemente “cancelemos” a Rosalía, de acuerdo con unas corrientes actuales en las redes sociales. Sin embargo, no hay duda de que es importante que tengamos una visión más amplia, al escuchar su música, y que tanto Rosalía como sus aficionados deberían empezar a prestar atención a las voces españolas más marginalizadas.